martes, 9 de octubre de 2007

Binomio fantástico de Marta (Canguro-Semáforo)

Relato breve 42 Octubre 2007

Semáforo en rojo

La canguro observaba impasible el semáforo en rojo de la tarde. Una cría se removía inquieta en su bolsa. A su alrededor, el paisaje desértico se desangraba antes de dar paso a una noche fría y sin luna. Los lagartos buscaban refugio y el pulular de los insectos tras las alargadas sombras de los cactus era insoportable.
En el destartalado Land Rover Peter había dejado de lado la desesperación y, resignado a su suerte, buscaba la manta detrás del asiento. De nada le habrían servido los mapas y la brújula. Sabía exactamente dónde se encontraba y, sin embargo, estaba irremediablemente perdido. Se había quedado sin gasolina y, lo que era peor, sin batería en el móvil, a unos cuarenta kilómetros de la casa más cercana, su destino, la granja de los Mc Queen. El cargamento, encargo de Robert, tampoco le valdría de mucho: tornillos, alambres, un pico y otros suministros para remendar malamente las estructuras de una producción modesta. Al menos llevaba un paquete de galletas, de a saber cuándo, y le quedaba una cantimplora con agua. Y todo por culpa de la resaca. Él, que nunca bebía. Se habían empeñado en festejar lo que cada año le costaba más asimilar: que envejecía. Eran números redondos, había insistido Larry, y ellos corrían con los gastos de la juerga. Un día, es un día.
Se había levantado tarde y no lograba recordar cómo había llegado a casa. Sintió náuseas con la mezcla de olores -tabaco, sudor, alcohol- que desprendía su cuerpo, aún en camisa, y ni siquiera una buena ducha, un par de analgésicos y un café cargado lograron disipar ese sopor amargo que acompaña a los despertares faltos de horas de sueño. Como un autómata, cargó a su Elisabeth con el pedido y arrancó. El sonido del motor taladró sus tímpanos y apenas podía abrir los párpados. La garganta le quemaba. Volvió a girar la llave y regresó a por sus gafas de sol y una buena provisión de agua. Menos mal. Fue un trayecto a ciegas, con la mente en blanco y en un par de ocasiones estuvo a punto quedarse dormido. Tomó la única decisión posible: echarse una siesta en el momento en el que los rayos de sol caían perpendiculares. Habían pasado más de tres horas cuando se despertó, pegajoso, sediento y con la sensación de que sólo había podido echar una cabezadita. Miró el reloj. Mierda. Tendría que darle al acelerador y no entretenerse si quería estar de vuelta antes de que oscureciera. Se bebió una botella de agua y reanudó el trayecto. Ni siquiera entonces reparó en la señal roja que parpadeaba en el salpicadero. Sólo cuando el vehículo empezó a aminorar la marcha sin razón aparente, cayó en la cuenta. Mierda, mierda, mierda. Se llevó la mano al bolsillo. El teléfono no daba señales de vida. Salió dando un portazo y con las manos en la cabeza empezó a caminar en círculos, incapaz de creerse lo que le había pasado. Calculó que quedaban menos de dos horas de luz y con luna nueva, sería incapaz de recorrer tanta distancia sin perderse en ese paraje carente de sendas claras. Y menos con una linterna a la que apenas quedaban pilas. Debería esperar a que amaneciera para empezar a andar.
Se arropó con la manta. No muy lejos, varias canguros con crías se alejaban hacia el norte. El sonido de las langostas iba aumentando de volumen. Peter subió las ventanillas, puso la alarma del reloj, se tendió en el asiento y cerró los ojos.
Una semana más tarde, una avioneta localizó el todoterreno. En su interior, el cuerpo dormido bajo la manta rojiza desprendía un hedor inconfundible y de la muñeca provenía un sonido agudo y discontinuo, incapaz de despertar al muerto.

Marta Mª Sánchez

1 comentario:

Anónimo dijo...

No entiendo qué tiene que ver el canguro y el semáforo con Peter. Tampoco entiendo lo de: "Volvió a girar la llave".
¿El cuerpo dormido o el cuerpo que parecía dormitar?
Lo que le pasa al protagonista es una putada. Eso sí, dormir, durmió.