martes, 2 de octubre de 2007

Así lo vivió Marta


Relato breve 41 Septiembre 2007

Periplo salmantino

En todo el trayecto nos siguió el sol, aunque al frente el horizonte nos mostraba un cielo plomizo escondido tras una cortina traslúcida que no llegaba a ser bruma. Atravesamos, todavía somnolientos, los campos castellanos cuajados de encinas. Mi barbas al volante, mientras la sinuosa silueta de sempiterna sonrisa nos desgajaba trocitos de historia desde el asiento de atrás. Tras varias horas de viaje y un par de paradas, un sendero polvoriento nos condujo hasta el embalse. Frente al agua estaba plantada "La cabaña", de dimensiones modestas aunque de muros ciclópeos y enrejado toledano, camuflada en el paisaje agreste. Al atravesar su umbral nos saludó una penumbra fresca que se escondía tímidamente tras biombos orientales. Acogedora y austera, permitió que la alegría contagiosa de la niña grande se nos colara por las rendijas y en sus paredes resonó el eco de la bondad zamorana. Nuestros anfitriones, un andante caballero y su damisela, nos obsequiaron con el mejor presente: compartir su refugio y su carácter afable. No sé por qué me los imagino ya ancianos: él, sentado en una mecedora en el porche y en sus rodillas un portátil, desgranando algún verso o escribiendo una novela; quizá con un nieto tirándole de la manga para que le narre un cuento; ella, con pelo cano, bajo la encina, sentada sobre la mesa de piedra saludando al sol naciente en una postura de yoga.
Y los siete, buen número por cierto, nos subimos al todoterreno dispuestos a la aventura. Primero, a contemplar la presa, un muro de contención enorme que dividía el paisaje: hacia el este, la masa de agua en la que descubrimos tiburones alados que abrían sus fauces hambrientas y se deslizaban juguetones junto a la presa; a poniente el valle encañonado abierto con desgarro por los dioses fluviales. A lo lejos, la cantera, y hacia allí nos dirigimos por un tortuoso acceso. Cincelada por el hombre parecía anclada en el tiempo: un silencio prehistórico que encerraba una gran charca tibia, refugio de anguilas al que algún pie descalzo y una mano atrevida osaron tentar. Ningún asomo de brisa que pudiera aliviar el bochorno.
Empezaba a entrarnos hambre, así que regresamos a "la Cabaña" y tras el contundente condumio, la sobremesa, cargada de vivencias, anécdotas, risas y un baile a lo vaquero de pasos enrevesados que ayudó a hacer la digestión. Ya de vuelta en la montura, nos dirigimos a Portugal y en una barcaza nos adentramos Duero abajo. Flotábamos encajonados en un cañón granítico, hábitat de diversas especies volátiles, que indecisas, temerosas de la tarde, se hicieron las remolonas y apenas se dejaron ver. Al acabar el trayecto, nuestra niña se enamoró de unos bellos ojos grandes, no de hombre, sino de búho real. Y tras el paseo en barco, visitamos aquel pueblo, con sus calles pintorescas que flanqueaban casas relucientes, como recién encaladas. Frente a la catedral, en honor a unos recién casados, asistimos a un baile muy peculiar: seis hombres engalanados enarbolaban palos y castañuelas y mostraban sus enérgicos movimientos siguiendo el lánguido son de una gaita. Allí la foto de grupo, a contraluz, casi a oscuras, nos recordó que debíamos regresar. Pero antes, visitamos una iglesia y anduvimos sobre la muralla. Ya de vuelta, no pude evitar evocar a Machado al contemplar las encinas perfiladas por los rojos y morados de la tarde.
Fue el momento de devorar unas buenas chuletillas, acompañadas con ensalada de tomate, espárragos y atún. Y más tarde, ya en el porche, en una improvisada cazuela nos embrujó el fuego azul al hacer una queimada, mientras de fondo una sinfonía de grillos llenaba la noche. La luna creciente nos llamaba a gritos y salimos a saludarla dando un paseo por la arena húmeda, donde olas pequeñitas acariciaban la playa. Un poco de bailoteo completó la intensa jornada. Se echó en falta a nuestro abuelo, convaleciente en el hospital, a la apasionada de rizos, al andante de Colmenar, a la nieta de Senén, a la que siempre va con Don Juan, al del relato conciso, a ese de las dos as y a nuestra bella extranjera. Se perdieron el periplo salmantino, aunque el literario se reanudará los lunes, Dios mediante, salvo fiestas de guardar.
Marta Mª Sánchez

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"La luna creciente nos llamaba a gritos" apasionada vos bella Marta
gracias por deleitarnos, solo ha faltado tu voz.
Mariantonia

Anónimo dijo...

"mientras de fondo una sinfonía de grillos llenaba la noche"
Muy bien hilado. Las imágenes son claras. Parece como si uno las estuviera viendo.
Yo cambiaría lo de "Frente a la catedral, en honor a unos recién casados, asistimos a un baile muy peculiar" por "Frente a la catedral, asistimos a un baile muy peculiar en honor a unos recién casados:..."

Ángel